Oaxaca es único en su diversidad, no solamente cultural, lingüística y étnica. Asombra conocer la biodiversidad del estado, con plantas e insectos endémicos, es decir, que solo existen en Oaxaca. Esta grandeza es humana también. Oaxaca ha dado a México y al mundo estadistas como Benito Juárez García, el mexicano más universal, un indígena de estirpe zapoteca. Pero podemos hablar de pintores como Miguel Cabrera, el más famoso artista plástico de la Colonia, o músicos, compositores y canta autores como Juan Matías de los Reyes en la Colonia y en el siglo XX a Madedonio Alclá, José López Alavez, Álvaro Carillo Alarcón, y desde luego Lila Daowns, sin dejar de mencionar a los inconmensurables maestros: Rufino Tamayo, Rodolfo Morales, Rodolfo Nieto y Francisco Toledo.
En el mundo de las letras tenemos a Andrés Henestrosa y en la poesía podemos hablar de Macario Matús y la pléyade de poetas que surgieron bajo el cobijo de La Casa de la Cultura de Juchitán en las décadas de los años setentas y ochentas. De esa camada de jóvenes poetas surgió Esteban Ríos Cruz como uno de los más talentos y disciplinados que han venido cultivando el oficio de manera constante.
Cuando recuerdo esos tiempos en los que las Casas de Cultura de Oaxaca y Juchitán trabajaban coordinadamente para apoyar a “aquellos jóvenes poetas”, como el recordado Alejandro Cruz Martínez, recuerdo necesariamente las Colecciones de Tortuga Transparente y Ocho Venado, los encuentros estatales de poetas y los que hicimos con los Estados de Guerrero y Chiapas.
El cinco de junio de este año, Esteban Ríos Cruz presentó su último libro “LOS HUARACHES DEL TIEMPO”, en El Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca en la Ciudad de Oaxaca. Para esta ocasión tuvimos el honor de acompañar al poeta y escribimos el siguiente texto:
“El trabajo que hoy nos entrega Esteban, -exuda madurez, oficio y sabrosura-. Bien por la poesía zapoteca del Istmo y por Oaxaca.Este poemario resulta una “cala” a través del tiempo de toda su obra. Cuando un hombre, independientemente de que sea poeta o profano, tiene la capacidad y la posibilidad de verse –a sí mismo-, en el estanque del tiempo reflejado, como un niño en su recuerdo, el tiempo, se convierte en atmósferas y recuerdos de esa ingenuidad nunca perdida y solo agazapada.
Esteban nos comparte en su obra una intimidad inusual de aquél que es capaz de recordar y recordarse, en la transparencia de la infancia. Esa, que es a final de cuentas, la esencia de lo que somos los humanos, pedacitos de sol reflejados en el tiempo, proyectando caprichosas sombras en las paredes baldías de los recuerdos.”