viernes, 9 de agosto de 2013

EL SIMBOLO COSMOGONICO MESOAMERICANO. Rúben Bonifaz Nuño

 
 
 
 

Supóngase una superficie cuadrada cuyo centro se marca por medio del punto donde, necesariamente, se cruzarían las líneas diagonales que relacionan entre sí los ángulos opuestos de la mencionada superficie; así, el centro se pone a su vez en relación con los vértices de tales ángulos, puntos también. Si éstos se figuran marcándolos como el primero, entre los cinco así manifiestos compondrían la figura designada por la palabra latina quincunx, quincunce, si ese españolista: un punto central y cuatro angulares, equidistantes a él.
 
Ahora bien: la representación de esa figura, sin alterar su naturaleza esencial, puede adquirir múltiples variantes.
Es posible que el cuadro se alargue en sentido horizontal o vertical volviéndose en rectángulo, y que las diagonales que relacionan los ángulos opuestos se hagan visibles mediante líneas o bandas; el centro, entonces, es meramente el punto de intersección de aquellas.
En otras ocasiones, el centro ha de imaginarse sobre un puro plano, rodeado por el simple enlzamiento de dos bandas curvas o angulares, cuyos extremos se dirigen hacia los ángulos de un opuesto espacio cuadrangular; en otras más, sobre un cuadrado, el centro se presenta como un círculo, y un cuadrante de círculo se coloca cubriendo cada una de las superficies angulares; esto mismo puede ocurrir sobre un círculo, señalándose en el los cinco puntos fundamentales.
Hay otras varias maneras de plasmar esta misma presentación geométrica; por ejemplo, es dable que se ofrezca como una flor de cuatro pétalos los cuales, saliendo del cáliz, se orientan cada uno hacia el ángulo correspondiente de un cuadrado ideal, supliendo las secciones de lo que serían dos bandas cruzadas, o que éstas se presenten a modo de aspas naciendo de una forma central.
En las diferentes maneras dichas hasta aquí, y en otras más, este conjunto de cinco puntos, el quincunce, aparece sin cesar en imágenes creadas durante el tiempo en el espacio de la cultura mesoamericana. La insistencia de su representación hace conjeturable la magna significación y el valor simbólico que a ella se atribuía.
Símbolo permanente, pues, surge en Mesoamérica, es de suponerse que ya dueño de su pleno significado, con la cultura olmeca, madre o raíz del resto de las manifestaciones de esa índole que después de ella tuvieron en tal región su ámbito exclusivo, y en las cuales, como se advertirá por algunos casos que seguiremos señalando, cobra persistente objetivación.
Así, entre los olmecas, el quincunce, figurado allí por cinco depresiones del borde circular, se mira en el Monumento 43 de San Lorenzo, reunido en su sección vertical (fig. 1.1); como par de bandas cruzadas está, entre otros lugares, en el pectoral del Monumento 52 del mismo sitio, y en los del 30 y el 77 de La Venta y en el de la figura menor del 1 de las mismas (figs. 1.2, 1.3, 1.4, y 1.5).
También de La Venta, en el Altar 4 se ven las dos bandas cruzadas entre los colmillos de la doble cabeza ofidia relevada sobre su parte central superior (fig. 1.6).
El centro circular y los cuadrantes en los ángulos del cuadrado, se ofrecen a la vista en los pendientes articulares de la Cabeza Colosal 1 de esa misma localidad (fig. 1.7).
Con el aspecto de flor de cuatro pétalos, ilustra la pintura rupestre de Oxtotitlán, Guerrero (fig. 1.8).
Surgido, pues, con los olmecas, el símbolo se transmitió un como herencia cultural a los pueblos que, luego de ellos, habitaron el espacio y transcurrieron llevados por el tiempo de Mesoamérica.
Doy unos cuantos ejemplos.
Acaso olmecas tardíos, los sabios de Tres Zapotes lo fijaron, en la Estela C de ese lugar, con una particular apariencia: el centro plano queda en medio de un marco cuadrado de cuyos suavizados ángulos crecen, en diagonal, bandas a manera de aspas (fig. 1.9).
Tomando a Monte Albán como ámbito ejemplar de la cultura zapoteca, es posible encontrar en su recinto presencia ciertas del mismo símbolo. De esta suerte, el quincunce se ostenta en estelas de la Plataforma Norte (fig.1.10), y en los Danzantes, las líneas cruzadas se miran en uno de la Galería L y otro del Montículo 3; como flor de cuatro pétalos, compone el pectoral de dos de ellos, situados ahora en el lado sur de la Galería L (fig. 1.11).
En Teotihuacán aparece en formas diversas, algunas de las cuales se encuentran después en otras regiones; así, como bandas angulares enlazadas, aspecto que ofrece en algún sello de este sitio  (fig. 1.12), se verá en la vestimenta de diferentes figuras sonrientes de Veracruz (fig. 1.13), y, manera característicamente teotihuacana; como círculo con uno menor en su centro y cuatro partes de círculo distribuidas en pares opuestos junto al interior de sus bordes (fig. 1.14) llegará al Códice Borbónico, donde ilustra el escudo de una figura de la Lámina XXVII  (fig.1.15). Como curvas bandas enlazadas se multiplica pintado en el cuerpo del tigre de los murales de Atetelco (fig. 1.16); como cruzamiento de dos bandas rectas se halla en el tocado de ciertas imágenes del dios viejo (fig. 1.17); representación del lucero es una manera de rombo horizontal con los lados curvados hacia adentro y cuatro voluntades colocadas en los hundimientos que así se forman (fig. 1.18).
En las estelas de Xochicalco el símbolo cobra varios modos; en el número 3 puede hallárselo como un conjunto de tres círculos concéntricos puestos como si se cubrieran el vértice de dos triángulos isósceles opuestos, cuyos lados se digan por medio de líneas levemente curvas; como rectángulos con un punto central y rectángulos menores en cada una de sus esquinas; como el lanzamiento de bandas curvas (fig. 1.19).


 


 



















 
 
 













 

 
 

 
 


 


 


 


 


 
 


 


 


 


 



 


 


 






 
 


 



 


 

 

 


 


 
 


 


 
 


 


 
 
 
 


 


 


 


 
 






 
 
 
 

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